La maternidad se ha constituido a través del tiempo como el destino único y supremo de la mujer, determinando el valor femenino y la fuente de realización de cada una de nosotras. Es por esto, que se dice que la fecundidad es el mejor regalo que puede recibir una mujer en su vida.
Desde tiempo atrás la mujer era educada casi exclusivamente para ser madre; las otras actividades como las profesionales, las artísticas, etc. Ocupaban un segundo plano. Y no existía ninguna razón o justificación para que las mujeres no desearan quedar embarazadas.
Estos condicionamientos sociales han hecho que el espacio de lo femenino se reduzca a lo doméstico, a la administración del dinero que de manera “generosa” le dé el marido, a la renuncia y el sacrificio por sus hijos e hijas. Y la recompensa es el simbólico puesto central que ocupa en la familia, para ejercer desde ahí una influencia pasiva, pero determinante.
De la madre depende la vida del hogar, es la solucionadora de los pequeños grandes detalles y figura relevante y en muchos casos ante la ausencia del varón, debe desarrollar múltiples roles.
Pero en esta época el concepto de maternidad ha tenido muchos cambios a partir del cambio de rol en la mujer, somos conscientes que uno de nuestros roles en la vida puede ser el de madres, si así lo elegimos, pero también somos mujeres con deseo de participación en otros aspectos de la vida. Reclamamos la autorealización, el trabajo y la preparación intelectual. Queremos disfrutar de las oportunidades que ofrece la vida moderna y coordinarlas con la vida de familia.
Las presiones de la vida actual son generadoras de conflicto, de contradicciones y de grandes tensiones en ocasiones difíciles de resolver, esto en muchos casos, lleva a las mujeres a una renuncia implícita de la maternidad o a un rechazo explícito a la fecundación.
La mujer moderna que desea la maternidad, tiene un sentido diferente de ella, quiere ejercerla con responsabilidad, desea tener los hijos que es capaz de sostener y de disfrutar, no desea que esta sea una limitante de otras actividades de su vida diaria, por el contrario que forme parte de su desarrollo total como persona. Desafortunadamente este pensamiento no ha llegado a todas las mujeres, ni a todos los núcleos familiares, por lo que la maternidad se vive aún con los viejos códigos y obligaciones, convirtiendo a estas madres en mujeres generadoras de violencia ante la insatisfacción acumulada de la cotidianidad y ante la imposibilidad de buscar fuentes de expansión laboral, académica o recreativa.